miércoles, 30 de mayo de 2007

DESESPERANZA

DESESPERANZA


Llovía mucho, las calles estaban convertidas en auténticos arroyos. La poca gente que a esa hora de la madrugada andaba en las calles, eran trabajadores del volante, policías o trasnochadores; unos protegiéndose de la lluvia bajo alguna marquesina, otros circulando sus vehículos con lentitud, tanto por la dificultad que representaba el agua, como con la esperanza de levantar algún pasajero.
Maximiliano era un hombre de unos 40 años, un profesionista mediocre que la situación económica del país había llevado, de una cómoda medianía como empleado de una empresa venida a menos, a la desesperación de hallarse desempleado, sin grandes esperanzas de labrarse un lugar en la sociedad por méritos propios.
Esa noche se encontraba particularmente deprimido. Durante la mañana había tenido problemas con su esposa, pues el escaso dinero que llevaba a casa, no cubría las necesidades que tenía la familia, por lo que Juliana, su mujer, tenía que salirse a tratar de vender ropa entre sus amistades. Los problemas económicos degeneraban en discusiones ríspidas, las cuales llevaban a recriminaciones y ofensas personales.
Más tarde, a media mañana, a Maximiliano le habían rechazado el presupuesto que había presentado para realizar algunos trabajos, los que le hubiesen aliviado temporalmente sus apuros económicos. Poco después de enterarse de ello, le habían llevado una notificación por unos impuestos no pagados. Tenía pendiente el pago de los recibos de energía eléctrica y consumo de agua.
Hacía tiempo que Maximiliano había encontrado a un antiguo compañero de escuela, quien al enterarse de la situación de su amigo, le había invitado unas copas para “olvidarse” de tantas tonterías. El tal amigo se dedicaba a alguna actividad que a Maximiliano no le había quedado clara, pero no importaba, pues siempre tenía dinero, lo que indicaba que le iba bien en su negocio.
Tal vez el amigo era sincero en invitar a Maximiliano, pero a éste se le fue haciendo necesario tomar, pues en esa forma se olvidaba temporalmente de sus problemas y evitaba ir a comer a su casa, pues de seguro tendría broncas con su esposa.
Esa noche lluviosa, Maximiliano y su amigo habían estado bebiendo hasta altas horas de la noche, después el amigo se tuvo que ir a arreglar algunos negocios y lo había dejado solo. Caminaba con desgano, parte por los vapores del alcohol, como por la falta de deseos de llegar a su casa. No tenía dinero para tomar un taxi y como a esa hora no había autobuses, tendría que hacer el recorrido a pie. Permaneció bajo una marquesina alrededor de una hora, en tanto la lluvia amainaba. Al reanudar su camino, subió por la Av. Farallón, pues su casa se encontraba en La Garita.
Pasó por el frente de un club nocturno que a esa hora se mostraba muy animado. Lástima que no tuviera dinero, si no, cuando menos se tomaba una para ver a las chamacas. Ya sería en otra ocasión.
La lluvia volvió a arreciar y Maximiliano se guareció en el estacionamiento del citado lugar. Una parte de su mente le decía que se fuera a su casa, pero la otra, la que no acababa de asimilar sus problemas, le aconsejaba huir, de cualquier manera, salir de tanta contrariedad. Para qué servía. Para nada. Mucha razón tenía Juliana cuando se le echaba en cara. En ratos culpaba al gobierno, que cada vez lo había empobrecido más, al igual que a toda la llamada clase media del país. Miedo daba ya que terminara un sexenio, pues se ponían en evidencia las tonterías que los gobernantes hacían y lo más enojoso, enterarse de las aberrantes fortunas que amasaban en tanto el pueblo se moría de hambre. Pero, sabiamente, meses antes nos habían llenado la cabeza de falsas esperanzas en el cambio que nos traería el próximo gobernante.
Siete diferentes gobernantes habían pasado durante su vida y ninguno le había dejado beneficios reales a la población. Pensaba el hombre que tal vez, si pudiese entrar a trabajar al gobierno, tendría oportunidad de hacerse de un dinerito. Eran sueños, no tenía quien lo apadrinara y para eso se necesita dinero, para barbearle a la gente y poder ir escalando el edificio público.
Agotado, Maximiliano se sentó apoyando la espalda en una de las columnas del estacionamiento. Poco a poco empezó a llorar, en silencio. Lágrimas ardientes le corrían por las mejillas mal afeitadas. Su vida pasó por su mente como una película rápida. Vio sus errores, sus aciertos. Sus amores y sus desamores. Vio a sus padres y en el poco amor y cuidado que les había tenido. Vio sus tiempos perdidos cuando estudiante y sus malas actitudes como empleado. Vio a Juliana y recordó cuanto la amaba cuando eran novios. Vio a sus hijos y lloró por el abandono en que los tenía. Sintió tanto remordimiento…. mentalmente empezó a rezar, con las oraciones que su madre le había enseñado de niño, pues ya de adulto no se había preocupado por esas cosas.
Recordó que alguna vez, cuando era niño, una religiosa que le enseñaba en la doctrina, les había dicho que se arrepintiera de sus pecados y pidieran perdón a Dios; que acudiese a un sacerdote y le confesara sus pecados. Maximiliano siguió rezando y de pronto sintió un agradable calor dentro de sí y un sentimiento de paz y tranquilidad lo envolvió. Sintió unas cálidas manos posarse sobre su cabeza y cuando abrió los ojos se sintió tranquilo, reconfortado, renovado.
Las horas habían pasado. La lluvia había cesado y la luz de los primeros rayos de sol calentaban la mañana. Echó a andar calle arriba para llegar cuanto antes a su casa. Ese nuevo día le anunciaba que tenía una oportunidad más de ser un hombre completo. Se alejaría de las malas compañías y trabajaría con empeño, pero sobre todo, amaría a su esposa e hijos como ahora sabía que Dios lo amaba a él.

Sergio Amaya S.
Acapulco, Gro.
Julio 3 de 1998

No hay comentarios.: