sábado, 24 de enero de 2009

SERVIR A DIOS

Joaquín Caminaba por la calle principal del pueblo, era temprano todavía. En una hora más debería presentar un examen con el que daría fin a sus estudios de secundaria. A sus casi 16 años, Joaquín era un muchacho alto, delgado pero fuerte. Hijo de campesinos, había crecido en las labores del campo; lo mismo sabía guiar una yunta que podía ordeñar las vacas.

Su ilusión era llegar a la Escuela de Agronomía para hacerse cargo de las tierras familiares. Era el más pequeño de los cinco hijos procreados por sus padres. Los tres hijos mayores habían emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de trabajo. Su hermana, había casado con un joven vecino y también se habían ido a la frontera del norte, donde el marido trabajaba en una maquiladora. Sólo quedaba Joaquín para hacer compañía a sus padres que, aunque no ancianos, ya estaban sobre los sesenta años. El padre, aún fuerte, realizaba las labores del campo y alentaba al joven para que se preparara, con la esperanza de que no siguiera el ejemplo de sus hermanos. Joaquín representaba el báculo para su vejez y el muchacho estaba consciente de ello, pues en su estudio de la Biblia había leído “Álzate ante una cabeza blanca y honra la persona del anciano. Teme a tu Dios, Yavé” (Deut. 19:32). “Corona del anciano son sus nietos, y la gloria de los hijos son sus padres” (Prov. 17:6).
Joaquín había hecho sus estudios primarios en la escuela del rancho. En esos tiempos había tres maestros para los seis grados escolares. La educación que había recibido era por demás ajena a la idiosincrasia de la región, pero ese era el Programa Oficial, igual para todo el país.

Los maestros faltaban con frecuencia, tal parece que puestos de acuerdo, pues por lo común había dos profesores, los cuales entretenían a los grupos del faltista. Con estas deficiencias Joaquín terminó sus estudios primarios. El muchacho alternaba sus trabajos escolares con las labores en el campo: Ayudar en la preparación de las tierras, en la siembra, en el desyerbe y la cosecha; cuidando el rebaño de cabras o limpiando el corral y ordeñando las dos vacas propiedad de su padre. Siempre tuvo presente que: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gen. 3:19).
Los estudios de secundaria ya los tuvo que realizar en el pueblo más cercano. En un principio le fue difícil, pues las carencias en su preparación de la escuela primaria, las tuvo que compensar con más horas de estudio y un enorme deseo de obtener una buena preparación.

Joaquín era un muchacho alegre y amiguero, los domingos, después de asistir a misa en compañía de sus padres, se iba con los amigos a bañarse en las lagunas de los alrededores, distinguiéndose por su facilidad para nadar. Algunos amigos le invitaban a fumar, cigarrillos o marihuana, o a beber cerveza, pero Joaquín siempre se mantuvo firme, recordando que su padre lo había educado con el ejemplo y nunca lo había visto tomado o fumando.

En días hábiles, cuando había clases, Joaquín abordaba el autobús que salía del rancho a las 5:30 de la mañana, a fin de llegar al pueblo con tiempo suficiente para asistir a la escuela. El camino era de terracería; en tiempo de secas se elevaban grandes terregales y en la temporada de lluvias el camino se volvía casi intransitable, pero era la única vía de comunicación de las rancherías regadas por el Valle, llamado de las Siete Luminarias, por igual número de volcanes extintos, algunos de los cuales son ahora lagunas visitadas por propios y extraños. La zona agrícola era importante, producía sorgo, maíz, frijol, trigo y hortalizas, de las cuales algunos hortelanos obtenían piezas descomunales, como zanahorias de tres kilos, cebollas grandes como balones, etc. Las leyendas contaban que los extraterrestres habían enseñado cierta técnica a algunos hortelanos para que obtuviesen tales especímenes y con ellos combatir el hambre que hace presa del mundo. Ninguna dependencia oficial les ha hecho caso y no ha pasado de alguna entrevista medio amarillista pasada por televisión.

Como todos los días, Joaquín descendió del autobús con tiempo suficiente antes de llegar a la escuela. Mientras caminaba rumbo al centro del poblado, Joaquín recordaba con tristeza cómo se habían ido alejando de él los amigos de la infancia. Unos porque las labores del campo los llevaban fuera del rancho, otros porque no concebían que Joaquín fuese a perder el tiempo a la escuela. Ya lo que bien o mal habían aprendido en la magra primaria, era suficiente. De cualquier manera, pensaban los muchachos, todos terminarían igual: unos emigrados a los Estados Unidos y otros uncidos a las labores del campo, igual que sus abuelos, igual que sus padres, igual que sus hermanos.

A Joaquín le entristecía ésto, pero sabía con certeza que sus amigos estaban equivocados. En algo sí les daba la razón: Joaquín regresaría a las labores del campo, pero no como jornalero, sino como técnico, para sacar mayor provecho a la tierra y a la crianza de los animales.

Sentado en una banca del jardín público, Joaquín dio un último repaso a sus notas y de paso a la escuela se detuvo en el Templo, para orar a Dios. “Yavé es mi luz y mi salvación, ¿a quien temer?. >(Sal. 27:1).

El examen fue particularmente difícil, pero Joaquín iba bien preparado. Finalmente había podido terminar la Secundaria, lo que le mereció felicitaciones por parte de sus padres. Ahora había qué pensar en la Preparatoria o en seguir una Carrera Técnica, a fin de poder ayudar pronto a sus padres en las labores del rancho. Esa noche, después de la cena especial que le habían preparado, Joaquín se fue a dormir, pensando en lo que le depararía el futuro; de lo que sí estaba consciente es de lo que él mismo deseaba: Una buena preparación para mas adelante poder atender a sus padres.

Esa noche soñó que Jesús le hablaba: ”Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” , después del sueño durmió plácidamente. Tenía toda una vida por delante.


Sergio Amaya S.
Febrero de 1998
Acapulco, Gro.

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