martes, 15 de julio de 2008

El poder del perdón

EL PODER DEL PERDÓN


¡ Bendice, alma mía, a Yavé !, ¡ y no olvides ninguno de sus favores !
Él perdona todas tus faltas y sana todas tus dolencias. (Sal. 103:2,3)


Cuantas veces, durante la celebración de la Santa Misa, habremos escuchado al salmista cantar este Salmo. No obstante, qué poco ha penetrado en nuestros corazones. Siempre hemos sido rápidos para condenar y lentos…muy lentos para perdonar. Recordemos la reacción de Cristo Jesús cuando los escribas y fariseos le llevaron a la mujer adúltera con la intención de lapidarla, como ordenaba la Ley de Moisés. ¿Cual fue su reacción?. Con el dedo empezó a escribir en la arena; no sabemos qué escribía. Tal vez algún pasaje de las Escrituras relativo al perdón, no lo sabemos. Pero sí sabemos cual fue su respuesta… ¡El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra!… Nada pasó….. poco a poco se fueron retirando los acusadores y Él continuaba escribiendo con el dedo en la tierra… finalmente, incorporándose pregunta a la mujer ¿donde están?, ¿nadie te ha condenado?… Entonces Jesús le dice: ¡Ni yo te condeno tampoco, vete y no peques más!. (Jn. 8:1,11).

“La Lógica del amor “Te perdono”. Esta es probablemente la declaración más poderosa que existe, Lleva consigo un sentido de generosidad hacia quien nos ha herido, un deseo de reanudar una amistad interrumpida y, lo que es más poderoso aún, una participación en la naturaleza misma de Dios, que es “tierno y compasivo; es paciente y todo amor” (Sal. 103:8)” (La Palabra entre nosotros, Abr./May. de 1998).

“A pesar de que esta declaración es tan poderosa, es una de las más difíciles de expresar. La falta de perdón ha sido un fantasma que ha atormentado a la humanidad desde los albores de la historia y que ha dejado dolorosas huellas en las personas, familias, comunidades y hasta en naciones enteras” (Ibid Pág. 3)

Cuan distinta podría ser nuestra historia si hubiésemos aprendido las lecciones de Jesús, tan claras, tan sencillas: “Porque si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial” (Mat. 6:14).

Sin alejarnos mucho de nuestro entorno, con cuanta frecuencia hemos oído los relatos de familias enteras que se han acabado unas a otras, de generación en generación, porque los padres han sembrado en sus hijos la semilla del rencor, del odio, de la venganza. Y tranquilamente se autodenominan Cristianos. Esos “cristianos” habrán leído y entendido que “Si en verdad cumplís con la Ley Regia de la Escritura , bien hacéis, pero si obráis con acepción de personas (a las que no perdonas), cometéis pecado, y la Ley os acusará de transgresores. Porque quien observe toda la Ley, pero quebrante un solo precepto, viene a ser reo de todos” (Stgo.2:8,11).

“Al comenzar este año, S. S. el Papa Juan Pablo II dijo que el mundo tiene una urgente necesidad de perdón. Aparentemente, el perdón contradice la lógica humana, que suele dejarse guiar por la dinámica del conflicto y la venganza. Pero el perdón está inspirado en la lógica del amor. El amor de Dios para todo hombre y mujer” (discurso en ocasión del Día Mundial de la Paz). Estas palabras parecen muy sencillas, pero nuestro mundo tiene una necesidad enorme de perdón y de amor. A veces hasta los que profesan la fe cristiana tratan a los demás con pocas muestras de misericordia” (La Palabra entre nosotros, Abr./May. de 1998).

“Para entender la lógica del amor, es preciso conocer a Aquel que es Amor. Esto es esencial, puesto que la capacidad de amar y perdonar es primero y antes que nada, algo que el Señor produce en nosotros” (Ibid Pág. 4). “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”(1 Jn. 4:16). “Y cuando nos entregamos en sus manos con el deseo de vivir en profunda comunión con Él, recibimos este amor y descubrimos que podemos compartirlo con otras personas. Así aprendemos a perdonar con la misma generosidad con que hemos sido perdonados” (La Palabra entre nosotros, Abr./May. de 1998).

“…Si en nuestra comunión con Dios aprendemos a captar la brisa poderosa del Espíritu Santo, ella nos llevará a superar la capacidad humana para concedernos una parte de la propia naturaleza divina. Sí, es cierto que podemos llegar a ser como el Señor y el primer paso para este proceso transformador es el bautismo. Pero todos los días debemos ampliar y profundizar en el conocimiento y el entendimiento que tenemos del amor que el Todopoderoso ha derramado en nuestro corazón. “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom. 4:5). “El perdón de Dios llega a formar en nuestro corazón una fuente inagotable de perdón en las relaciones de los unos con los otros” (Papa Juan Pablo II, Día Mundial de la Paz). (La Palabra entre nosotros, Abr./May. de 1998).

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos” (Mat. 5:44,45). Durante toda su vida, Jesús demostró que el amor verdadero trasciende los límites de la capacidad humana. Nos enseñó que no debemos buscar represalia contra los que nos hieren o nos persiguen, sino más bien amar a nuestros enemigos. (La Palabra entre nosotros, Abr./May. de 1998).

La ocasión en que el Señor demostró el amor con mayor perfección, fue en el Monte Calvario, donde derramó su propia vida para que todos pudiéramos recibir el perdón de Dios. En la cruz, clavado de pies y manos, oía al gentío que le gritaba insultos y burlas y a los jefes religiosos que lo ridiculizaban incitándole a desplegar su poder. Jesús sabía que no merecía nada de lo que estaba sufriendo, sin embargo alzó la mirada y pronunció la conocida plegaria: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34).

S.S. el Papa Juan Pablo II declaró: “Hasta el corazón más herido puede encontrar paz y libertad en el perdón, aunque sea con muchas dificultades, gracias al poder sanador del amor, cuya fuente esencial es Dios” (Día Mundial de la Paz).
Hermanos, hagamos juntos una oración y fijémosla en nuestro corazón con la Luz del Espíritu Santo: “Te pedimos, Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén” (Misal 1997).


Sergio Amaya S.
Junio de 1998.

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