sábado, 24 de enero de 2009

LA PRIMERA LUZ

Los niños correteaban despreocupados entre los autos detenidos por el semáforo. Unos corrían a tratar de lavar el parabrisas a algún auto; otros ofrecían entre risas y gritos, las más variadas mercancías; otros en fin, realizaban algún acto semicircense, pintados como payasitos, haciendo malabares o lanzando lenguas de fuego por la boca.

Entre esta trompilla se encontraba Juanito, de escasos 6 años de vida y estatura menor a la media, lo que lo hacía parecer aún más pequeño. El niño intentaba vender chicles a los automovilistas, alguno de los cuales le compraban, más por la simpatía que el pequeño manifestaba, que por el deseo de la golosina.

Hacía poco tiempo que Juanito andaba en estas tareas. Pocas semanas antes sus padres lo habían abandonado por su incapacidad para cuidarlo y alimentarlo; simplemente lo dejaron dormido junto a un grupo de niños que dormían en la calle, bajo la marquesina de un cine. Al despertar el niño y notar la ausencia de sus padres soltó el llanto, lo que motivó que despertaran los demás niños. Uno de ellos, Oscar, el mayor de la palomilla, se percató de inmediato de la situación; sus años en la calle le habían desarrollado un sexto sentido que le hacía comprender algunas situaciones como ésta.

Por su edad, 16 años, e inteligencia, era de hecho el líder del grupo; lo mismo los cuidaba, que les conseguía algún trabajo y desde luego veía que todos comieran algo durante el día.

El llanto del niño pronto se vio mitigado por un trozo de pan que alguien le ofreció, el hambre fue más fuerte que la ausencia de los padres. Los niños tienen una gran capacidad de adaptación y en pocas horas Juanito ya estaba más tranquilo, divertido con los payasitos, bajo la atenta mirada de Oscar.

Pasaron varios días y Juanito ya estaba integrado por completo a su nueva familia. Cuando estaban juntos todos lo cuidaban y consentían, pero en cuanto se iban a trabajar dejaban solo al niño, dentro de un registro telefónico para que no se fuera a perder.

Una de tales ocasiones, Juanito se hallaba solo en el registro, el hambre lo atenazaba y quería llorar para atraer la atención, de pronto entró al lugar un niño de unos doce años, Juanito no lo conocía, pero no sintió temor. El visitante lo miró con dulzura y le habló:

-- Hola Juanito, no temas, soy tu amigo y vengo a jugar contigo. Vi que tienes hambre y te traigo agua y pan, cómelos.

-- Juanito, tomando lo que le daban, le dijo al niño:

-- ¿Quien eres?, gracias por venir a jugar y por este pan, está rico.

El joven sonreía en tanto acariciaba la cabeza del niño.

Con este pan nunca tendrás hambre y esta agua apagará tu sed por siempre. Cuando seas mayor sabrás a qué me refiero y nos volveremos a encontrar.

El pequeño lo miraba con ojos de cariño, de amor infantil; limpio, pero, sin interés.
Tal vez no entendió el mensaje, pero un agradable calor lo envolvió y se quedó dormido.

Sergio Amaya S
Julio 1997
Acapulco, Gro.

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