martes, 19 de junio de 2007

DIA DE MUERTOS


En el mes de noviembre celebramos el día de los muertos, festividad muy especial para los mexicanos.
Desde antes de la llegada de los españoles a estas tierras, nuestros antepasados ya rendían culto a los difuntos, inclusive tenían una diosa de los muertos Coatlicue, la “señora con la falda de calaveras”. Como en otras culturas, las de mesoamérica creían en el mundo del más allá, donde los muertos tendrían las mismas necesidades que en esta vida, por lo cual en sus entierros procuraban ponerle los utensilios propios de su actividad; así mismo, le ponían vasijas con diversos alimentos, los que le servirían en su paso al más allá. En una fecha determinada ponían altares con alimentos, pensando que el difunto vendría a comerlos.
Con la llegada de los españoles, la conquista de aquellos pueblos y la introducción de la nueva religión dieron lugar al sincretismo con el cual celebramos el día de muertos en nuestro país.
México se ha caracterizado por hacer mofa de la muerte, no porque seamos insensibles a ella, más bien como una forma de darle realce a un hecho inevitable y necesario, pues es la manera en que llegamos a la Tierra Prometida. Así podemos disfrutar ahora de las simpáticas calaveras de José Guadalupe Posadas, de las cuales la más conocida es la “calavera catrina, que representa a una gran dama con enorme sombrero adornado con una pluma de avestruz. Nos hacen reír las coplas que el ingenio popular compone a ciertas personas
“Estaba cantando un tango,
actuaba allá en Cozumel
cuando llegó la calaca
y se llevó a Luis Miguel”
Coplas sencillas, sin malicia, que más bien tienden a realzar a la persona de quien se trata.
Ampliamente conocido en todo el mundo es el Día de Muertos en Janitzio, pequeña isla ubicada en el Lago de Pátzcuaro en el Estado de Michoacán. En su panteón se reúne todo el pueblo y adornan las tumbas, llenándolas profusamente de alimentos, dulces y bebidas: romeritos en mole con tortitas de camarón, nopalitos compuestos, calabaza en dulce de piloncillo, calaveritas de azúcar, frutas cubiertas de azúcar, tortillas de maíz recién hechas y, desde luego, no puede faltar el aguardiente, que finalmente solo afecta a los vivos.
Esta costumbre se ha extendido por todo el país y son pocos los hogares mexicanos en que falte la ofrenda a los muertos. Desde luego los alimentos, dulces y bebidas cambian según la región y costumbres de las familias, pero en el fondo es el mismo sentimiento de recuerdo al difunto y de hacerle más placentera su vida en el más allá.
Pero cual es el sentimiento del único elemento común en las ofrendas, nos referimos al “pan de muerto”, cubierto de azúcar y con sus huesitos como adorno. Desde luego es el substituto de los antiguos panes de maíz que en ciertas ceremonias religiosas nos daban con los frutos de la tierra.
Llegando el cristianismo, al amalgamarse las razas y dar lugar a los actuales mexicanos, poco a poco se fueron substituyendo los cultos, el panteón prehispánico fue quedando olvidado substituido por los santos emanados del cristianismo. El día primero celebramos a todos los Santos, entendiendo con ésto a todos aquellos hombres y mujeres que por su vida ejemplar de apego y entrega a Cristo, han sido elevados al altar de la santidad, siendo tomados por los fieles como abogados que interceden por nosotros ante Nuestro Señor.
En la primera lectura de la predicación de ese día, escuchamos a San Juan en el Libro de la Revelación, en que se refiere a 144,000 seres especialmente marcados por Dios. Desde luego que el número solo nos habla de una cifra grande, pero muy pequeña para el tamaño de la humanidad, de donde se infiere que solo unos cuantos, desafortunadamente, han vivido realmente conforme a los deseos de Dios.
Pero no nos desanimemos, pues el día dos celebramos el día de los fieles difuntos y también en la Primera Lectura, esta vez del libro de la Sabiduría escuchamos:
“La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de El. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable....
Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos”.
En este contexto se encuentran todos los fieles difuntos y es una promesa hecha para ser escuchada por todos los que aún estamos aquí. Vivamos conscientes de esa promesa y recordemos lo que dijo Jesús por medio de Mateo: “Yo les aseguro que cuando socorrieron al más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”.

Hermanos, recordemos a nuestros difuntos, pidamos a Dios por el descanso de sus almas, pero también pidamos para que ablande nuestros corazones y seamos capaces de tender la mano al necesitado, particularmente ahora que nuestra ciudad ha sido azotada por la calamidad; que muchos hermanos han perdido todo lo que tenían, inclusive a sus seres queridos. Seamos generosos, tanto en nuestra cooperación material como en nuestra solidaridad espiritual. Pidamos a Nuestro Señor para que nuestros hermanos en desgracia encuentren pronto alivio a sus sufrimientos. Por Cristo Nuestro Señor, Amén.




S. Amaya S.
Tampico, Tamps.
12-10-94