lunes, 16 de julio de 2007

El hijo pródigo

El hombre tenía dos hijos,
los trataba como tales,
pero Dios piensa distinto:
nunca los dos son iguales.

El joven le dijo al padre,
pensando a tontas y locas:
padre, divide tu hacienda,
dame lo que a mi me toca.

El hombre, con gran tristeza,
hace lo que el joven pide,
contabiliza su hacienda
y entre los dos la divide.

El joven toma camino
y se marcha muy ufano,
a gastarse su fortuna
en canto, mujeres y vino.

Pasaron algunos años
y el hambre llegó con peso,
viene a cobrar la factura
de disipación y exceso.

El hombre buscó un empleo
para mitigar el hambre,
y llorando sus recuerdos
lo pusieron a cuidar
una zahúrda de cerdos

Mirando su vida inútil,
llora con gran sentimiento,
cae de rodillas e implora
con sano arrepentimiento.

Señor, ten misericordia,
muy grande es mi pecado,
he deshonrado a mi padre,
soy un hombre desdichado.

Buscando el perdón paterno
tomó el camino a su pueblo,
quería el perdón de su padre,
también el del Dios Eterno.



Cuando el padre divisó
desde lejos a su hijo,
corrió a su encuentro feliz
a abrazar al que volvía,
olvidando su desliz.


Manda al sirviente con prisa
a buscar un toro gordo,
para hacer grande la fiesta
por el hijo y su retorno.

Esto nos debe llevar
a pensar con gran conciencia,
que siempre estaremos bien
ante el Padre, en su presencia.


SERGIO AMAYA S.
Octubre de 2003

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