viernes, 23 de enero de 2009

EL ADVIENTO

El pasado día 30 de noviembre terminó el Año Litúrgico del ciclo C que hemos vivido bajo la guía del Evangelista San Lucas y dio comienzo el Tiempo Litúrgico que conocemos como el Adviento; este tiempo, muy corto por cierto, nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesús, pero también nos recuerda que en esta vida temporal vivimos un Adviento constante, en espera de la venida de Cristo Jesús, quien juzgará a vivos y muertos y nos llevará a la vida eterna.

“Al celebrar anualmente la Liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida" (C.I.C. 524)

En este nuevo Año Litúrgico, denominado del ciclo “A”, estaremos escuchando la Palabra de Dios a través del Evangelista Mateo y por ser un tiempo de conversión, escucharemos el llamado de Isaías, de Juan el Bautista y de María, madre de Jesús. Cada uno de ellos, desde diversos tiempos en la historia nos han llamado a la conversión, a buscar el camino que nos acerque al Señor. Particularmente en este año, estamos iniciando el Año de la Eucaristía, como continuación del Congreso Eucarístico celebrado en nuestro país.

Desafortunadamente el ambiente del mundo nos enmascara los verdaderos valores, en un barullo de fiestas y regalos, de vacaciones y distracción que nos hacen perder el verdadero valor del Adviento. Conscientes de ello, deberemos buscar acercarnos a Dios por medio de la oración personal y comunitaria, el arrepentimiento sincero y la confesión, pero sobre todo, por medio de la Santa Eucaristía, para lograr una auténtica comunión con el Señor, quien, tal como nos ofreció, será el Camino que nos conducirá al Padre. Pero dentro de este resonar de fiestas, providencialmente para nosotros, tenemos la presencia de María Santísima: el día 8 de diciembre con la solemnidad de la Inmaculada Concepción; a mitad del Adviento y para beneplácito de nosotros, los mexicanos, el día 12 tenemos el Llamado de la Santísima Virgen María de Guadalupe, que nos hace volver la vista a Su Hijo, para que lo recibamos como ella, con el corazón abierto y gozoso. Dice Pablo VI en su Carta Apostólica Marialis Cultus: “La Liturgia del Adviento, al unir la esperanza mesiánica y la venida de Cristo con la memoria admirable de la Madre, presenta un feliz equilibrio actual, que puede ser tomado como norma para impedir cualquier tendencia a separar el culto de la Virgen de su necesario punto de referencia, que es Cristo. Resulta así que este período se considere como un tiempo especialmente apto para el culto a la Madre del Señor” (M.C. 4).

Desde luego este también es un tiempo de alegría y esperanza: alegría por celebrar una vez más el Amor del Padre por nosotros, manifestado plenamente con la encarnación y nacimiento de Su Hijo y de esperanza en la promesa de Jesús de que vendrá en su segunda venida, por ello en cada Eucaristía decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!”
Cristo Jesús Resucitado no se ha quedado en la historia, sino que nos va conduciendo día con día a la Patria Celestial, pero no lo busquemos con los ojos de la razón, sino con los ojos de la fe, siempre guiados por el Espíritu Santo. Debemos estar siempre alertas, pendientes de Su llamado: (“… Si no te mantienes despierto, iré a ti como un ladrón, cuando menos lo esperes..” (Ap. 3, 3). ¿Cómo pues mantenernos despiertos?, la oración, la lectura de las Sagradas Escrituras (La Biblia) y la Santa Eucaristía nos mantendrán despiertos, encomendados al Espíritu Santo estaremos pendientes de Su llamado. “El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: ¡Ven!. Y el que escuche, diga “¡Ven!”. Y el que tenga sed y quiera, venga y tome el agua de la vida sin que le cueste nada” (Ap. 22, 17).

El primer Domingo de Adviento, el Profeta Isaías nos llamará la atención: “… Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas. Porque de Sión saldrá la Ley, de Jerusalén, la Palabra del Señor” (Is 2, 3).

El Segundo Domingo de Adviento, San Pedro nos recuerda: “Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con Él, sin mancha ni reproche” (2Pe 3, 14)

El Adviento es un tiempo especial para orientar nuestras vidas, en el sentido original de la palabra, pues en Oriente está la morada de Dios, es decir, que por medio de la oración, la penitencia y la Eucaristía, debemos encontrar el rumbo que nos lleve hacia el Padre. Esa Luz que nos guía es Jesucristo, de quien esperamos que vuelva, como nos ofreció.

Concluyamos esta breve reflexión con el Salmo 23, que cantaremos durante la celebración de la Santa Misa el IV Domingo de Adviento:

“¿Quién subirá hasta el monte del Señor?
¿Quién podrá entrar en su recinto santo?
El de corazón limpio y manos puras
y que no jura en falso”

Ese obtendrá la bendición de Dios,
y Dios, su Salvador, le hará justicia.
Esta es la clase de hombres que te buscan
y vienen ante Ti, Dios de Jacob”


Sergio Amaya S.
Comunidad Parroquial de San José,
Puerto Marqués, Acapulco, Gro.
Noviembre de 2004

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