martes, 15 de julio de 2008

EL PRIMER MILAGRO

EL PRIMER MILAGRO

S. AMAYA S.
Junio 14 de 1999


“Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona (tres de la tarde). Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada “Hermosa”, para que pidiera limosna a los que entraban al Templo. Este, al ver a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro fijó en él la mirada, juntamente con Juan, y le dijo: “Míranos”. El les miraba con fijeza, esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy en nombre de Jesucristo, el Nazareo, ponte a andar”, y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio cómo andaba y alababa a Dios; le reconocían, pues él era el que pedía limosna sentado junto a la puerta Hermosa del Templo. Y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo que había sucedido.” (H.A. 3:1,10)

Este fue el primer milagro que realizaron los Apóstoles de Jesús después de que el Espíritu Santo se posó sobre ellos en Pentecostés.

Pero detengámonos un momento. Este hombre tullido con toda seguridad había oído en repetidas ocasiones de Jesús, aquel Profeta que realizaba milagros: que devolvía la vista a los ciegos, que limpiaba el cuerpo a los leprosos, que expulsaba los demonios, de devolvía la vida a los muertos. En fin, tantos milagros que Jesús realizó durante los pasados tres años. Este pobre tullido de nacimiento esperaba año tras año a que el Señor pasara cerca de él para implorar por su curación. Vana espera, nunca llegó ese día y con infinita tristeza se debió enterar de que el Rabí había sido crucificado. Su esperanza de ser sano, se había terminado. Pero también se debe haber enterado de las palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré” (Jn. 16:7). De tal suerte que esa esperanza renacía, pues era un hombre de fe.

Cuantos tullidos hay entre nosotros: tullidos de la mente, tullidos del alma, tullidos del cuerpo. Pero cuantos habrá que tengan una verdadera fe en que Cristo Jesús los puede sanar.

Cuando escuchamos que alguien dice que este o aquel está tullido porque alguno de sus padres o ambos han pecado, por tanto, es “castigo de Dios”. ¡Miente!,…. Miente vilmente, pues el mismo Cristo Jesús nos dice: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3:17). Por lo tanto, no es verdad que los defectos o tribulaciones de los hombres sean “castigo de Dios”, pues sólo castiga quien no nos ama y Dios es Amor.

Existen para el hombre tres días definitivos en sus vidas: Un día antes. El día “D” y un día después. Pero, se preguntarán: ¿un día antes de qué?. Un día antes de ser escuchados por el Señor a nuestras súplicas, un día antes de ser tocados por el Espíritu Santo. Ese día es el más difícil, el más peligroso; y no hablamos de un día de 24 horas necesariamente, pueden ser dos, cinco, ocho días; o dos, tres, cuarenta semanas o incluso cuarenta o cincuenta años. Todo ese “Día anterior”, estaremos expuestos a ser tocados e inspirados por el maligno, llenos del espíritu de la desesperanza, del odio, de los vicios, del negar a Dios y renegar de Él porque no hemos tenido la vida que deseamos. Ese terrible día es tan negro que no nos permite “ver” esa gran Luz que es Jesucristo y entonces lloramos y maldecimos por estar “tullidos”, imposibilitados para hallar la felicidad completa y afirmamos llenos de soberbia: “la felicidad no existe”, “el amor no existe”, “Dios no existe”. No nos damos cuenta de que no somos nosotros, hijos de Dios, quienes hablamos, sino que estamos prestando nuestra voz al príncipe del mundo, estamos entregando nuestro ser al enemigo por antonomasia.

Ese tullido al que a diario llevaban a la Puerta Hermosa, tenía fe en que algún día sería escuchado y terminarían sus sufrimientos y esa fe se vio satisfecha cuando aquella tarde vio aquellos dos pares de piernas y escuchó esa voz que le dijo: ”míranos”. Ese tullido perseveró y alcanzó la salud de su cuerpo, por eso les digo, hermanos, no dejéis de orar, perseverad en las obras que son gratas a Dios, no faltéis a la celebración de la Santa Eucaristía, porque no sabes cuando será tu día “D”.

Recuerda que la noche es más obscura cuando está más cerca el amanecer. Cuando sientas que tus problemas, tus enfermedades, tus angustias sean mayores, ora con mayor intensidad. Asiste con más fe que nunca a la celebración de la Santa Misa, pues podría ser que tus ruegos hayan sido escuchados y entonces vivirás tu Día “D” “Y el juicio está en que vino la Luz al mundo y los hombre amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad va a la Luz, para que quede manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn. 3:19,21).

Cuando al fin tengas tu Día “D”, comprenderás que el Amor existe, porque “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el Amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo Único” (1Jn. 4:8,9). ¿Que no existe la felicidad?, tú podrás experimentarla cada día, pues diariamente vivirás la “Luz del Mundo” y eso es felicidad. Tú la compartirás con todos tus Hermanos cuando recibas el Sagrado Cuerpo de Cristo en la Santa Comunión y entonces entenderás la existencia de Dios, cuando entiendas que “En esto consiste el Amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.” (1Jn. 4:10).

El Día después de que recibas estos Dones de Dios, estará representado por el resto de tus días, que vivirás alabando al Señor y alabando a Cristo Jesús, que entregó su vida en la Cruz por todos nosotros, para el perdón de nuestros pecados.

“Alabemos a Dios todos los hombres,
sirvamos al Señor con alegría
y con júbilo entremos en su Templo.

Reconozcamos que el Señor es Dios,
que El fue quien nos hizo y somos suyos,
que somos su pueblo y su rebaño.

Porque el Señor es bueno, bendigámoslo,
porque es eterna su misericordia
y su fidelidad nunca se acaba.”

(Salmo 99)


Oremos hermanos para que este primer milagro, operado por Cristo Jesús en las personas de Pedro y de Juan, se repita en cada uno de nosotros para que vivamos la felicidad de estar en comunión con Dios Padre por medio de Su Hijo Jesucristo y con la Luz del Espíritu Santo. Amén.

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