sábado, 24 de enero de 2009

LA VOZ (1)

1. El encuentro.

El hombre, pensativo, camina en su despacho; un viejo escritorio de noble madera ocupa parte de la estancia, sobre él, una lámpara y un busto de bronce de un Cristo Doliente. En la pared del fondo un librero que guarda sus amados libros: Una vieja edición de El Quijote empastado en piel; una Biblia muy leída, versión de Jerusalén; la Iliada y la Odisea, sus libros de estudiante y algunas novelas que en su vida han dejado huella.

En los muros unas pinturas y dibujos de su propia creación. A un lado del escritorio una computadora que contrasta con ese ambiente de los años 60’s.

Antonio es feliz en ese pequeño espacio, su espacio; sitio donde desarrolla sus trabajos y lugar donde tranquiliza su ánimo cuando las diarias tareas lo agobian. En esta ocasión lo tiene enojado un desacuerdo tenido con un cliente, pues le desconocen un trabajo terminado que tal cliente le había encargado. Antonio camina y reniega por la mala jugada que le han hecho. De pronto escucha una voz que le llama: Antonio… Antonio, tranquilízate.

Sorprendido, Antonio se vuelve hacia la puerta gritando: ¿Quién esta allí?... ¡No quiero que me molesten!.... Silencio, nadie responde. Antonio dice para sí mismo: ¡Caramba, ya oigo voces, me voy a volver loco!

Ahora escucha una risita, como que se burlan de él. Ji…ji…ji…ji. Furioso, Antonio busca a quien se atreve a burlarse de él, pero se da cuenta que está solo en la habitación.

Antonio, no temas, acércate. Vuelve a escuchar la voz, temeroso, se da cuenta que la voz proviene del escritorio; lentamente se levanta, se acerca al escritorio y busca para hallar de donde proviene la voz, entonces se da cuenta que es del busto de bronce, cuyas facciones parecen haber cobrado vida, sin dejar de parecer de bronce y dice en voz alta: ¡Realmente me he vuelto loco! Y cae desmayado al pie del escritorio.

Pasaron algunas horas, Antonio vuelve en sí y trata de saber qué ha pasado; sosteniéndose de la silla se incorpora lentamente, aturdido, desorientado. Se sienta frente al escritorio viendo de frente al busto de bronce; dice para sí mismo: Qué tan loco estaré ya que creí que me hablaba este busto de Jesús.

Calma, Antonio, vuelve a hablar el busto, en realidad quiero platicar contigo….

Lleno de estupor, Antonio no halla palabras para responder…. Finalmente atina a decir: ¿En realidad hablas?

Claro que hablo, responde el busto, y me da gusto que ya lo hayas entendido.

Ya mas repuesto, Antonio le pregunta: Bueno, Señor, suponiendo que no me he vuelto loco o estoy soñando, ¿Por qué me haces tal distinción?

Escucha Antonio, en realidad trato de hablar con todos los que creen en mi, unos me escuchan y piensan que es por su conciencia; algunos hacen caso, otros no. Hay algunos otros que aún cuando les hablo, son de oído duro y no me escuchan: Tal vez a esos hermanos les tenga que hablar cuando vivan momentos difíciles. En tu caso particular, continuó hablando el bronce, tú estás viviendo momentos difíciles en tu vida y mentalmente estás propicio al diálogo, también hay otra razón, a últimas fechas me he sentido muy solo, como que la gente se ha ido separando de mi para refugiarse en otras prioridades.

Pero Señor, responde Antonio con seguridad, si todo se realiza por la voluntad de Dios, tú mismo debes saberlo.

Efectivamente, responde Jesús, lo que sucede es que no predetermina el hecho en sí, sino la posibilidad de que ocurra y eso dependerá del libre albedrío del hombre.

Señor, interrumpió Antonio mirando su reloj, me tengo qué retirar, pues tengo algunas citas qué atender; me dio gusto platicar contigo, espero que lo podamos repetir.

Mirándolo con simpatía, el busto le respondió: ¿Ahora comprendes lo que te digo?, pero no te preocupes, claro que volveremos a platicar. Es mas, dijo en son de broma, ¿A dónde puedo ir si solo soy un pedazo de bronce?.

La habitación quedó en silencio, el busto volvió a adquirir sus facciones metálicas. Antonio, meneando la cabeza, miró al busto, frío como el bronce.

Sergio Amaya S.
Febrero de 2008
Acapulco, Gro.

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