sábado, 24 de enero de 2009

DESPERTAR

Recién Amanecía, las gaviotas y pelícanos revoloteaban inquietos, buscando el primer alimento del día. Algunos deportistas madrugadores trotaban por la playa. El mar, ruidoso al romper, llegaba en suaves olas a lamer las doradas arenas. Los primeros rayos del sol brillaban en las aguas azul grisáceo de la bahía. Algunos pescadores traban de cuerdas infinitas en busca de la redada nocturna.
Las máquinas barredoras de playa hacían sus recorridos, recogiendo la indolencia de los visitantes del día anterior.
Una anciana humilde hurgaba entre los montones de desperdicios, con la esperanza de hallar algo que mitigase su eterna hambre. De pronto sus pies toparon con algo. Era un cuerpo, un joven que dormitaba en los etílicos vapores de la farra; su ropa no era de mala calidad, aunque sucia por haber pasado la noche entre la basura.
Al sentir los pies de la anciana sus ojos se abrieron, deslumbrados por la brillantez del cielo sin nubes. Con la boca estropajosa pregunto:
-¿Donde estoy?,…. ¿quien es usted?
La anciana lo miró divertida y le respondió:
-Estuvo buena la parranda ¿verdad?. Debiste haber llegado bien burro, pues te quedaste dormido entre la basura.
¿Cómo te llamas?, - preguntó la mujer -
Sin responder, haciendo gestos de repugnancia, el joven se incorporó tambaleante.
-¿Quien es usted? - volvió a preguntar a la anciana.
-Eso no importa muchacho, mira cómo estás, antes no te hicieron algo para robarte.. Mira, ni el reloj perdiste.
-Dime tu nombre hijito, - le preguntó maternal en tanto le quitaba algunas inmundicias adheridas a sus ropas -
-Me llamo Julián, - repuso el joven - y no sé cómo llegue aquí….. Ahora recuerdo, - continuó - … salí con unos amigos y encontramos unas chavas muy jaladoras. Las llevamos a una disco y estuvimos tomando. Recuerdo que en algún momento me sentí muy tomado y la chica con la que estaba me dijo que si quería un “aliviane”. Yo nunca le he hecho a eso, pero no quise quedar como cobarde y acepté. Inhalé el polvito y en poco tiempo estaba como nuevo. Seguimos tomando y bailando; la música la sentía dentro de mi y las luces brillaban como soles. Sentía mi cuerpo muy grande; me sentía eufórico y feliz. Después todo se fue apagando y ya no recuerdo nada hasta este momento.
Instintivamente su mano izquierda se tocó la muñeca derecha y exclamó:
-¡ No tengo mi esclava !. Era de oro y valía una buena lana. Tampoco tengo mi cartera, traía mi quincena… Sólo me dejaron el reloj, pero este no vale nada, es una imitación.
Con la cabeza entre las manos se sentó sollozante.
-¿Qué les voy a decir a mis papás?…. han de estar muy preocupados y enojados porque no llegué a dormir a casa, yo nunca había faltado sin avisarles.. No me lo van a perdonar.
Después de escucharlo con paciencia, habló la anciana.
-Mira Julián, no debes preocuparte tanto por lo que dirán. Desde luego que te regañarán, tal vez te castiguen y te lo tendrás merecido. En cuanto a que no te perdonen…. No te preocupes, los padres siempre perdonan. Lo verdaderamente importante es que tú te des cuenta de la gravedad de tus actos. Cuida y selecciona a tus amistades.
-Ven, hijo mío, - dijo la mujer al joven - caminemos para que te despejes antes de llegar a tu casa. Quítate los zapatos y camina en el agua, te hará sentir bien.
El muchacho, obediente, se quitó los zapatos y al entrar en el agua sintió un gran alivio. Volviéndose hacia la anciana le preguntó:
-Y usted, señora, ¿no tiene familia?… ¿por qué anda sola por aquí?
-Sí hijo, si tengo una gran familia. Tengo un Hijo - repuso la señora - y yo le ayudo en algunas cosas.
-¿Le ayuda?, - preguntó intrigado el joven - pues ¿qué hace su hijo?
Enigmática, la anciana le contestó:
-Hace muchas cosas. Cuando tú lo conozcas, procura sólo hacer lo que El te diga.
Una ola rompió con fuerza contra las rocas bañando al muchacho. Volteó divertido buscando a la mujer, pero no la encontró por ningún lado. Pensó que había sido su imaginación, pero una gran paz interior lo invadió y una enorme felicidad lo invitó a regresar a su casa. Haría frente al castigo, buscaría el perdón de sus padres ofreciéndoles no volver a hacer esas tonterías.

Sergio Amaya S.
Acapulco, Gro.
Junio de 1998.

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