sábado, 24 de enero de 2009

EL AMOR

Cuando se escuchó el llanto del recién nacido, Rosa, la madre, empezó a llorar. Calladamente, con lágrimas candentes. Ese niño que llegaba al mundo, no era deseado por sus padres. No era amado.

Rosa, joven de 17 años, no estaba preparada para ser madre. Lo único que le interesaba era divertirse con el novio; realmente no existía amor entre ellos, era solo el deseo de gustarse entre ambos.

La chica, de extracción humilde, era uno de los siete vástagos de una familia cuyo padre era un ayudante de mecánico; la madre, analfabeta, cumplía fielmente las funciones de ama de casa. Con esa absurda abnegación que es lugar común en muchas familias de nuestro medio. Cuando el padre llegaba tomado, bien le iba a quien no recibiera un golpe. Cuando el hombre estaba sobrio, todo eran gritos y malos tratos; jamás recibió Rosa, por parte de su padre, una palabra de aliento o de cariño. Nunca sintió la calidez de una caricia, o cuando menos de una sonrisa que denotara amor.

De parte de su madre no había muchos cambios en cuanto a trato, pues Rosa, que era una de la mujeres mayores, tenía más obligaciones que tiempo para ser niña. La madre, ignorante de todo, no supo educar debidamente a sus hijos. Tampoco tenía tiempo para darles un auténtico amor. En fin, Rosa era el resultado natural de una relación en que no estaba el amor como eje central. Es por demás decir que tampoco había respeto, ni entre los padres, ni entre los hermanos; contra aquellos sentían temor y entre sí se guardaban una mezcla extraña de sentimientos, que podían ir, por momentos, del cariño más intenso, al rencor más enconado.

La vida “más plena”, tanto de Rosa como de sus hermanos, se encontraba fuera de casa. Nuestro personaje conoció e Enrique, su novio, cuando estaban en la escuela primaria, que fue lo único que pudo estudiar la chica, pues sus padres decidieron que era de mayor utilidad ayudando a su madre en el cuidado de la casa, por lo que ya no continuó sus estudios.

A Enrique lo siguió viendo, aunque en un principio se trataban sólo como amigos. Fue después de un año que se hicieron novios. En un principio en forma un tanto inocente, pero como se fueron teniendo confianza, las caricias se fueron intensificando, hasta que finalmente tuvieron relaciones. Ambos muchachos inexpertos, no tomaron en cuenta que su acto irreflexivo podría traer consecuencias, tal como ocurrió. El resultado, ese niño que estaba llegando al mundo para enfrentarse a una falta de amor auténtico. El niño fue entregado a una Casa de Religiosas, quienes se encargarían de encontrarle un hogar adecuado.

Esto que suena tan crudo, tiene un gran fondo de realidad, la razón es que la familia, Iglesia Doméstica de Jesucristo, está alejada de El. No bastó que los padres se unieran en un matrimonio religioso, o que hayan bautizado a su prole, era indispensable que tomaran a Cristo como Eje Fundamental de su familia, educando y orientando a sus hijos con auténtico amor cristiano.

Las enseñanzas sobre el amor, son muchas, recordemos algunas enseñadas por Jesucristo a través de sus Apóstoles:

“El Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que El hace, y le enseñará cosas mucho más grandes, que a ustedes les dejarán atónitos.” >(Jn. 5:20). Este pasaje lo deberíamos trasladar a nuestra realidad: Debemos amar y educar a nuestros hijos como el Padre enseñó al Hijo.

La narración que hemos hecho no es un cuento. Los personajes son ficticios, pero los hechos, aunque nos cueste creerlos, son tan cotidianos como el sol que nos alumbra cada mañana. Es triste darse cuenta de cuantas familias crecen y se desarrollan en un ambiente carente de amor. Están faltos de amor porque no han tomado a Jesucristo como el Eje que dé fundamento a su familia. Como dice la Carta a los Efesios 5:25 “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.

Sergio Amaya S.
Marzo 1997
Acapulco, Gro.

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