lunes, 27 de abril de 2020

Cuentos y relatos


La sonrisa de la virgen


La llovizna ha persistido durante toda la mañana, ahuyentando de las calles a los viandantes; las tiendas permanecen abiertas, con la esperanza de que mejore el clima y los clientes vuelvan a salir. El cielo negro y tormentoso parece indicar lo contrario.
Debajo de una cornisa, un chiquillo, portando una canasta con rosquillas, permanece pendiente, con la esperanza de que mejore el tiempo y pueda vender su mercancía; en su casa le esperan  su madre y dos hermanos menores. La vida ha sido cicatera  con esta pobre familia, desde el lamentable deceso del padre.
Javier ronda los diez años y es el encargado de vender las rosquillas que hace su madre; son bien acogidas por los vecinos, porque en  realidad son sabrosas, pero estos días húmedos y fríos, no son el mejor ambiente para venderlas. Lleva menos de un año en las calles y ya ha tenido que aprender a defenderse; no faltan malandrines que quieran despojarlo de su mercancía, ante la complacencia del gendarme de turno, quien dice  «son cosas de chamacos» y continúa su ronda tan campante.
Las horas pasan lentas y la lluvia continúa, formando arroyos que corren junto a los bordillos de las aceras, ante la desesperación de Javier, bien sabe que las monedas que lleve a su casa, serán empleadas en los alimentos de la familia. Cubierto con un plástico, pero más bien, protegiendo su mercancía, el niño llega a la entrada del templo, que al igual que las calles, se encuentra vacío. Javier se sienta en la primera banca y descansa sus entumecidos miembros, colocando su canasta sobre el asiento.
Recuerda entonces aquellos domingos, hoy al parecer tan lejanos, en que toda la familia acudía a la Misa dominical y saliendo del templo, el padre les compraba helados y golosinas, sin embargo, parece que fue hace una eternidad. Unas lágrimas surcan las infantiles mejillas, mientras sus ojos se centran en las cristalinas pupilas de una virgen de manto azul, coronada de estrellas.
De pronto la lluvia cesó y casi de inmediato empezaron a entrar los feligreses al templo, deteniéndose junto al niño a comprar sus rosquillas, luego de algunos minutos, el chico había terminado de vender su mercancía, sonriendo otra vez, ante la perspectiva de llevar a su madre ese dinero tan necesario.
De forma inconsciente, Javier volvió la vista hacia la imagen de la virgen y le pareció que le sonreía, pero eso era una locura, las imágenes no sonríen, pensó Javier, quien salió presuroso directo a su casa. Asombrada su madre de que hubiera podido vender en ese día lluvioso, le preguntó ¿cómo lo había hecho?
El niño le relató lo que había ocurrido al entrar al templo; para sorpresa de Javier, su madre le dijo que en la calle que estaba no había ningún templo, tal como lo corroboraron al día siguiente, en que madre e hijo se dirigieron al lugar en que Javier había penetrado al templo. Preguntando a algunos vecinos acerca de la hora en que se había suspendido la lluvia, todos coincidieron en que había sido en horas de la madrugada.
Lo único que Javier estaba seguro, es de que nunca olvidaría el hermoso rostro sonriente de la virgen del manto azul y la corona de estrellas. La madre continuó elaborando sus deliciosas rosquillas y con el producto de la venta, pudo sacar adelante a sus tres hijos.

Javier, ahora un hombre de sesenta años, es el propietario de un próspero negocio de elaboración de rosquillas y otro tipo de pastelillos, de aquellos años de su niñez, que fueron sus años de formación, recuerda con especial nostalgia, ese extraño día de lluvia y, desde luego, la sonrisa de la Virgen. Si acaso usted visita alguna vez ese pueblecito, pregunte por la pastelería de Javier y él mismo le relatará la historia.


FIN

Sergio A. Amaya Santamaría  
Noviembre 19 de 2013 - Celaya, Gto.
Abril 27 de 2020 - Playas de Rosarito, B. C.

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